1. INTRODUCCIÓN.
DE LA EMPRESA TRADICIONAL A LOS NUEVOS DESAFÍOS

En el momento presente y de cara al futuro industrial de nuestro país conviene situarse frente a dos hechos que están condicionando totalmente la competitividad de las empresas, como son: por un lado el proceso creciente de liberalización de los mercados y el proceso de adaptación de la empresa a la nueva realidad, a través de un modelo de organización industrial con un nuevo concepto de empresa flexible.

 

En lo que se refiere al proceso de liberalización de los mercados, se está asistiendo a una transformación del sistema económico a nivel mundial, que se manifiesta fundamentalmente en la globalización de los mercados y la tendencia a la reducción o supresión de aranceles y de barreras aduaneras. También se manifiesta en el importante nivel de desarrollo de las tecnologías de la Información, que inciden en los hábitos de consumidores y mercados, en los sistemas de fabricación y comercialización, y en la capacidad de aprender, estableciendo relaciones próximas y fluidas entre instituciones y entidades geográficamente distantes. De esta forma se configura un nuevo concepto de sociedad, la sociedad de la información.

 

Junto a estos elementos más arriba citados hay que incidir en  la generalización de la formación y su impacto en la elevación  del nivel educativo de la sociedad.

 

La nueva configuración de la empresa exige la adopción de criterios de flexibilidad y de modificaciones permanentes, lo que supone también la asunción de riesgos que afectan a la propiedad de la empresa y a los puestos de trabajo.

 

Se impone la cultura del riesgo compartido y de la participación, para lo cual se necesita adoptar nuevas formas de concebir el diálogo y la información entre el trabajo y el capital.

 

El profundo cambio que se está produciendo en la organización de la propia industria que reacciona de esta forma a los cambios estructurales, se materializa en aspectos tales como  la creciente implantación del modelo de actuación en red, la profunda integración de estrategias entre clientes y proveedores, la configuración de la actividad industrial en torno a competencias y/o capacidades básicas, la necesidad de flexibilizar las estructuras para responder rápidamente a los cambios que se suceden a un ritmo creciente y la identificación del conocimiento como eje central de la competitividad.

 

Ante los dos fenómenos descritos- la globalización de los mercados y las nuevas formas de organización empresarial- nuestro tejido industrial, en su conjunto, ha realizado un gran esfuerzo de adaptación, situándose en estos momentos en posición próxima a la competitividad internacional. No obstante, las mutaciones esperadas de las condiciones del mercado, exigen esfuerzos que se deben acometer sin demora. Es preciso consolidar la competitividad e impulsar el necesario cambio estructural de las empresas.

 

Un desarrollo industrial adecuado requiere un nivel suficiente de creación de riqueza y mejora del bienestar de los ciudadanos. La Política Industrial pretende plantear la competitividad en un contexto activo de desarrollo y crecimiento que aborde la reducción de las tasas de desempleo como una de las prioridades esenciales.

 

No podemos olvidar en este entorno una realidad empresarial firmemente enraizada entre nosotros como es el cooperativismo en su sentido más amplio: cooperativas, sociedades anónimas laborales etc. Es una forma de organización empresarial basada en la participación en el trabajo, en el capital y en la gestión.

 

Los cambios económicos que se están produciendo actualmente en nuestra sociedad  y en el conjunto del mundo industrializado generan situaciones nuevas y complejas para la transición de los jóvenes a la vida activa y adulta, ante los que conviene orientar los procesos de toma de decisiones vocacionales.


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